«Diccionario. Su hermana dice que es un catecismo, una guía mística; dice que su hermano es un turista que abre un mapa, en una estación desconocida, y busca como orientarse en un país extranjero. // También dice que esa lengua lejana es la suya y la escribe porque la está perdiendo y quiere fijar el sentido antes de caer en la melancolía. // Es un catálogo del saber microscópico de un náufrago, que se aferra a las palabras antes de hundirse definitivamente en la locura. // Imagina que este pequeño libro es un compendio a partir del cual será posible volver a empezar (alguien en el futuro puede combinar las palabras y obtener la historia completa de una vida o varias historias posibles de una misma vida repetida en distintos registros). // El primer diccionario conocido es de 1312. Samuel Johnson compara el diccionario con un reloj: un engranaje que clasifica las palabras, como el reloj clasifica el tiempo. (Practica el arte de clasificar la experiencia.)
Traducción. No hay traducción, no hace falta porque existe un solo lenguaje secreto (biológico), del que los demás son sólo variantes. Imposible por lo tanto imaginar un diccionario que establezca equivalencias entre palabras extranjeras, sólo existen palabras olvidadas de una lengua personal. // Sería entonces posible imaginar un diccionario de la lengua privada en el que brillara (como un sol muerto) el sentido. Un hecho único que revelara en toda su intensidad la clave de esa lengua personal.»
[Ricardo Piglia, Prisión perpetua; Anagrama, Outubro 2007]