2 de fevereiro de 2013

Papiro do dia (286)

«Le cuento a Robert que el lunes de Pentecostés, en el estreno de El sueño de Strindberg, estuve sentado justo detrás de Thomas Mann. Me llamaron la atención su larga y puntiaguda nariz y su cabello espeso, que no había encanecido. Robert dice:
- Ésa es la higiene del éxito. ¡Cuántos hay a quienes el fracaso lleva antes de tiempo a la tumba. Thomas Mann lo ha tenido todo desde su juventud: tranquilidad burguesa, seguridad, felicidad familiar, reconocimiento. Ni siquiera la emigración fue capaz de derribarlo. Siguió escribiendo en suelo extranjero como un diligente gestor en su oficina, y por eso las novelas de José, que resultan secas y sudorosas, no son ni con mucho tan bellas como sus asombrosas primeras obras. De algún modo, a las cosas tardías se les nota el aire del despacho, y ése es también el aspecto de quien las compone: el de alguien que siempre ha estado sentado, laborioso, al escritorio y ante los libros de contabilidad. Pero su formalidad burguesa y su esfuerzo, casi científico, por poner cada detalle en el sitio adecuado tienen algo que impone respeto.
Más tarde, mientras pasamos a toda prisa ante un grupo de árboles cargados de fruta, dice:
- Los árboles sí que tienen suerte. Pueden dar fruto todos los años.
[Carl Seelig, Paseos con Robert Walser (e 6 fotos); trad. Carlos Fortea, Siruela, 3.ª ed. Setembro 2009]

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